Cómo superar la vergüenza

Categoría: Relaciones sociales

La vergüenza y sus consecuencias

La vergüenza normalmente viene acompañada de otros sentimientos, como la impotencia o la culpa. Lo más usual es que nos avergoncemos cuando nos damos cuenta de que no podemos hacer nada para reparar el “daño” infringido a nuestra imagen. Después aparece la rabia, que se puede manifestar bajo formas muy diferentes. Por ejemplo, hay personas que se enfadan consigo mismas y adoptan un comportamiento recriminador mientras otras culpan a los demás e incluso desean vengarse.

No obstante, tanto si la rabia se dirige hacia nosotros como si se canaliza hacia los demás, debemos tener claro que esta emoción siempre termina dañándonos. Cuando experimentamos vergüenza a menudo, nuestra autoestima sufre las consecuencias y no es extraño que surjan cuadros depresivos o que se instauren determinadas fobias sociales que limitarán nuestra vida, ya sea en el plano personal o profesional.

¿Qué es la vergüenza y de dónde proviene?

Los bebés no sienten vergüenza pero a medida que crecen y se relacionan con los demás, desarrollan emociones como el orgullo, la culpa y la vergüenza. Esta última aparece aproximadamente a los dos o tres años de edad, cuando el niño ya es consciente de sí y ha comprendido que las personas que se encuentran a su alrededor consideran que algunos comportamientos son impropios.

Esto implica que la educación desempeña un papel fundamental para la aparición de la vergüenza. Por ejemplo, recriminar constantemente a los niños porque han mojado la cama o porque se han equivocado al hacer los deberes, es el camino más seguro para plantar las semillas de la vergüenza.

Como se trata de una emoción eminentemente social, no nos sentimos avergonzados ante las mismas cosas. La sensación de vergüenza depende de las normas que cada cultura comparte, de lo que la sociedad considere aceptable y digno. Cuando transgredimos una de esas reglas y los demás se percatan, sentimos vergüenza.

No obstante, la vergüenza no solo está vinculada a la transgresión de ciertas normas sociales, también depende de las características de personalidad. Las personas que tienen una autoestima sana y que se valoran adecuadamente, suelen sentir menos vergüenza o al menos esa sensación es más pasajera y mucho menos traumática.

Por tanto, la vergüenza es una emoción selectiva que está determinada por la educación que hemos recibido y las normas sociales que compartimos pero, por otra parte, también inciden nuestras características de personalidad y la importancia que le confiramos al hecho en cuestión.

Hay personas que pueden sentirse profundamente avergonzadas si cometen un error al hablar en público, pero otras simplemente corrigen el lapsus y pasan página sin experimentar embarazo.

La vergüenza como un mecanismo de adaptación

No expresamos la vergüenza de la misma manera que el miedo o la ira, adoptamos una actitud diferente y más contenida. La persona avergonzada suele bajar la cabeza, evitar el contacto visual y sonrojarse. La postura corporal también cambia, es como si quisiera esconderse dentro de sí misma para evitar la interacción. Todos estos signos indican que quien experimenta vergüenza se siente “pequeño” y, de cierta forma, está pidiendo que no le ataquen por su comportamiento.

 

De hecho, la vergüenza también es un mecanismo mediante el cual la sociedad se asegura de que la mayoría de sus miembros cumplan con las reglas que ha establecido, ya sea de manera implícita o explícita.

La vergüenza es un instrumento de la sociedad para mantener el orden establecido de lo que es correcto y lo que no. Por tanto, la vergüenza también surge como un mecanismo de adaptación que le indica a la persona que ha hecho algo inadecuado o impropio y que podría ser castigada. De esta forma podrá enmendar el error, pedir disculpas por lo ocurrido y evitarlo en un futuro.

Obviamente, hay casos en los que la vergüenza se convierte en un lastre para nuestro desarrollo. Por ejemplo, cuando evitamos determinadas situaciones que realmente nos harían bien solo porque tenemos miedo a cometer un error y sentirnos avergonzados.

En estos casos, la vergüenza nos limita y nos hace asumir un rol pasivo en nuestra propia vida, cuando eso sucede hay que pedir ayuda externa. Esto sucede, por ejemplo cuando presentamos una timidez extrema. Una terapia psicológica nos puede ayudar a superar la fobia social y llevar la vergüenza a unos límites manejables.

Claves para comprender y manejar nuestro sentimiento de vergüenza

El sentimiento de vergüenza se puede enfocar como el enfrentamiento entre dos partes de nosotros mismos: por un lado, nuestro “yo avergonzador” y nuestro “yo avergonzado”.

Lo más fácil de identificar es nuestra parte avergonzada, que es la que nos hace sufrir, pero si lo vemos en términos de relación con el otro polo, veremos que siempre tiene que haber un “yo avergonzador”. Este lado de nosotros muchas veces es difícil de reconocerlo, pero es fundamental ver de “qué material está hecho”, es decir, de qué manera nos avergüenza y frente a qué. 

El polo avergonzador nos hace sentir vergüenza, pero ¿de qué manera? ¿Se burla de la parte avergonzada? ¿Ridiculiza? ¿Hace sentir indigno? ¿Humilla? ¿Descalifica? En fin, conociendo su manera de avergonzar podemos encontrar clave de qué está hablando de nosotros y a qué aspectos de nosotros y de nuestra vida debemos prestar atención. 

La vergüenza, en este sentido, puede ser un “chivato” excepcional que nos está indicando que algo tenemos que revisar de nosotros mismos. Como si se tratara de un termostato, nos indica que algo tenemos que reequilibrar en relación con respecto a nuestra identidad personal y nuestra relación con los demás.

Tenemos que identificar primero si estamos ante una vergüenza funcional, que nos ayudaría a evitar errores y protegernos en determinados contextos amenazantes o, por el contrario, si se trata de una vergüenza disfuncional, que tiende a invadirlo todo para bloquearnos y hacernos “esconder en nuestra cueva”. 

En este segundo caso nos incapacita ante cualquier exposición social o, incluso cuando está muy instaurada, ante nosotros mismos (pues un juez externo se acaba convirtiendo en un observador implacable interno: nuestro lado avergonzador).

La vergüenza nos puede ayudar a corregir una mala ejecución o un mal comportamiento hecho en público. Esto no debe ser motivo de castigo y humillación, si nuestro lado avergonzador nos quiere ayudar a aprender de los errores. El problema viene cuando su objetivo no es enseñarnos a mejorar sino a humillarnos o “machacarnos” más de la cuenta. Aquí es cuando tenemos que empezar a pensar que las cosas no van bien.

En este caso, podemos juzgar nuestra parte legítima de querer hacer bien las cosas. En este caso, el conflicto aparece cuando nuestra parte avergonzadora más que ayudarnos a corregir algún error o comportamiento inapropiado, no nos permite la equivocación o el mostrarnos, en algún momento, como alguien poco eficaz.

Además, la vergüenza está muy relacionada con nuestro deseo de querer hacer bien las cosas, con el perfeccionismo y la necesidad de reconocimiento y admiración. Esto no necesariamente está mal, siempre y cuando esté dentro de unos márgenes aceptables y no estemos ante problemas de narcisismo. 

Ahora bien, un problema puede surgir cuando no nos reconocemos este deseo de querer brillar o destacar en algunas situaciones por censurarlo o valorarlo como algo negativo (esto es, la falsa modestia que se dice en el lenguaje común). 

Por último, habíamos señalado que la característica principal de la vergüenza es que se trata de una emoción que acaba afectando a la totalidad de la persona. Esto quiere decir que está funcionando lo que los psicólogos denominamos el proceso de la identificación.

¿Qué quiere decir esto? Básicamente, que nos podemos identificar con un rasgo, un atributo, un comportamiento, etc. y hacerlo pasar como si fuéramos nosotros. Es decir, nos podemos equivocar en algo y ese comportamiento erróneo es tomado como si fuera la totalidad de nuestra persona. En vez de ver que se trata solo de una parte de nuestra persona: un rasgo de nuestra personalidad, un comportamiento equivocado, etc. Es decir, solo se trata de una parte de nosotros y no de nuestra globalidad como persona. 

Aprender a desidentificarnos con la parte avergonzada o con cualquier otro rasgo que nos parece inaceptable nos ayudará a poder “poner distancia” y separarnos de ese lado que nos atormenta y que ha convertido un fallo o un infortunio puntual (por ejemplo, caernos públicamente o dar una mala conferencia) en la totalidad de nuestra personalidad.

Por ello, es fundamental poner conciencia si nos estamos identificando de manera masiva solo con una parte de nosotros, tomando así la parte (el “fallo”) por el todo (nuestra persona en sí). Poder decirnos a nosotros mismos “me ha ocurrido eso, pero no soy eso”, nos permitirá ir transformando nuestro avergonzador humillante en un testigo cuidadoso y respetuoso de nosotros mismos, que nos puede hacer aprender de una mala experiencia, en lugar de castigarnos eternamente.

Seis consejos para perder la vergüenza

¿Quieres saber cómo superar la vergüenza? Aquí tienes algunas claves para conseguirlo:

  1. Comparte lo que sientes. Hablar sobre tus emociones es una estrategia muy eficaz para aprender a manejarlas, sobre todo cuando se trata del miedo a sentirse avergonzado. Mientras hablas de la experiencia la vas reestructurando en tu mente, le atribuyes otro significado y logras valorarla en su justa dimensión.
  2. No te avergüences de tu vergüenza. Sentir vergüenza no te hace inferior, sólo humano. Si reconoces tu vergüenza y la aceptas ya no tendrás que gastar energía en intentar que los demás no se den cuenta de que cómo estás sintiéndote.
  3. Desinhíbete. El teatro terapéutico o la risoterapia son actividades que te pueden ayudar a desinhibirte e ir perdiendo la vergüenza.
  4. Mírate desde fuera. Una buena técnica  para perder la vergüenza consiste en verte como si fueses un observador externo, de esta forma lograrás distanciarte de las emociones negativas que estás experimentando, serás más amable contigo mismo y, como resultado, la vergüenza pasará con mayor rapidez.
  5. Redefine tu jerarquía de intereses. Normalmente se siente vergüenza en aquellas situaciones que consideramos importantes. Por ejemplo, si consideras que la inteligencia es un valor fundamental, es probable que te avergüence suspender un examen. Por tanto, si sientes demasiada vergüenza en determinadas circunstancias, es recomendable que analices la vara con la cual te estás midiendo, quizás estás siendo demasiado duro contigo mismo y necesitas una dosis de flexibilidad.
  6.  Si la vergüenza te supera, pide ayuda psicológica: Pedir ayuda a profesionales cuando hay alguna emoción que nos supera, es algo de lo que precisamente no deberías avergonzarte,  más bien,  todo lo contrario, ya que es una señal de valentía y madurez. Si necesitas ayuda, en El Prado Psicólogos podemos ayudarte a superar la vergüenza.

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Sobre la Autora

Rosario Linares

Rosario Linares es psicóloga y psicoterapeuta. Fue una de las pioneras en España en integrar en la psicoterapia el trabajo terapéutico, tanto con la parte más racional de nuestro cerebro como con la parte más emocional. Para ello utiliza una metodología innovadora, con herramientas como la hipnosis, EMDR (Eyes Movement Desensitization and Reprocessing), PNL (Programación Neurolin- güística), EFT (Emotional Freedom Techniques), el mindfulness y el coaching.

Actualmente dirige el gabinete de psicología "El Prado Psicólogos", centro psicológico de referen- cia en Madrid en psicoterapia breve y terapias de tercera generación, dónde se trabaja desde una metodología integrativa.

Ha publicado los libros "Resiliencia o la adversidad como oportunidad" y "Duelo y resiliencia. Guía para la reconstrucción emocional", este último junto a su compañera Ana María Egido.